“Frágil, no tocar”, “Son
plantas de verdad, por favor no tocar”. En algunos
centros comerciales se leen advertencias de este
tipo en quioscos dedicados a la venta de orquídeas
y plantas ornamentales. Su intención es clara:
alejar a los curiosos que buscan comprobar si lo
que ven son orquídeas naturales o
plásticas.
Con los problemas que afronta la flora
nacional, la curiosidad debe apuntar a otro tema:
¿han sido cultivadas en un ambiente controlado, o
son producto de la depredación? Y lo que inquieta
a los amantes de las orquídeas —sin necesidad de
un letrero que los alerte— gira en torno a la
conservación de los frágiles ecosistemas que
sostienen a estas plantas.
Cambio climático, pérdida de los bosques,
creación de un inventario nacional de orquídeas,
explotación legal y sostenible, y depredación, son
los retos que se encuentran detrás de la belleza
de cada orquídea.
Cambios
“Muy hermoso tu Cymbidium,
Horacio”, escribe Magda. Ambos son de continentes
distintos, pero miembros de un grupo en línea
argentino que reúne a amantes de las orquídeas.
“También a mí me florecieron sólo dos, a pesar de
que a los Cymbidium les agrada el frío.
Los cambios climáticos que hubo durante el año
evidentemente los han afectado, y han florecido
los más fuertes. Yo aún tengo esperanza de que uno
que floreció el año pasado, en octubre, pueda
formar algún brote floral”. Y así, la red está
plagada de comentarios similares: foros, grupos,
portales, noticias, blogs.
“Este año todas las especies de orquídeas van
retrasadas en su floración. También el otoño ha
sido más largo y con buenas temperaturas; el
invierno es muy frío en la zona de Madrid, y por
tanto se retrasa la floración y reproducción de
estas plantas. ¿Es esto el cambio climático? No
creo, pues yo con la edad que tengo lo he vivido
otras veces. No niego el cambio climático, pero
que no nos quieran vender algo que no es culpa
nuestra. Nos llevan por donde quieren: cambio
climático, especulación”, comenta la usuaria de
otro foro dedicado a las orquídeas.
El debate, por igual entre profesionales y
aficionados, recoge tantas aristas y opiniones
como las 30 mil especies de orquídeas que se
estima hay en el planeta. En ese intercambio de
información resalta que entre 2005 y principios de
2007 brotó una alarma ante los mínimos
cambios en sus plantas; todo parecía ser una
paranoia. Algunos se asombraron por un inusual
período de floración; otros se angustiaron por el
retraso de los brotes.
En la Internet se plantaron varias
notas –muchas respaldadas por algún centro o
autoridad en la materia–, que vaticinaban la
alteración de los ecosistemas, y por ende, un giro
en la vida de las orquídeas; pero no
necesariamente relacionado con la extinción, pues
el aumento en el clima global ha propiciado que
crezcan donde antes el frío se los
impedía.
En contraste, en fechas más recientes los
resultados de los buscadores de la red muestran en
su mayoría a visitantes aclimatados a los
cambios. El tambaleante clima primaveral de
Guatemala también resiente esos cambios.
“Últimamente el frío se ha hecho más intenso.
Hay miles de plantas que se han quemado. Los
veranos también son más fuertes; obviamente
provocan sequías y la muerte de algunas. Sí hay un
impacto”, acota el botánico Fredy Archila, de la
Estación Experimental de Cobán. “Hay alteraciones
en los períodos de floración. La especie de la
Monja Blanca (de la cual prácticamente no quedan
ejemplares silvestres) regularmente lo hacía en
febrero; ahora vemos que sucede en marzo y abril.
El peligro radica en que cuando las semillas estén
listas, las condiciones del bosque no sean las
adecuadas, o que los polinizadores no las
visiten”.
Fredy habla de las condiciones idóneas para las
pocas especies silvestres, no sólo del tipo
de nuestra flor nacional. Su preocupación se
centra en las que quedan en los bosques —el 60% de
las casi 700 especies nacionales conocidas, dice,
vive en las Verapaces—, el resto, en ecosistemas
que van desde bosques del altiplano, pasando por
la costa y al nororiente del país. La
inquietud del botánico es porque los ejemplares
(depredados) se venden en las orillas de las
carreteras o en ciudades de Antigua Guatemala y
Cobán. Las ocho estaciones regionales del Consejo
Nacional de Áreas Protegidas (Conap) y su puñado
de empleados son insuficientes para cubrir el
país, mientras las fuerzas de seguridad priorizan
otro tipo de tráfico ilícito. Las disposiciones de
la Ley de Áreas Protegidas (Decreto 4-89) no se
acatan a cabalidad.
Preocupación
Bernd Martin es el presidente de la Asociación
Nacional de Orquideología, entidad fundada en los
años 70. También se dedica al comercio de plantas
ornamentales. A diferencia de las condiciones que
la naturaleza requiere, él, como muchos otros
productores, trabaja con plantas híbridas. Las
especies nacionales, dice, son muy cotizadas para
lograr estos cultivos controlados.
Una de las razones por las que se recurre a los
híbridos es para evitar conflictos con la ley,
pues en Guatemala está prohibida la recolección de
estas plantas, así como su comercio. La comunidad
científica y las instituciones con fines de
preservación tienen ciertas consideraciones
(siempre que presenten plan de estudio ante el
Conap). La norma no aplica para las orquídeas
cultivadas por manipulación por el hombre (las que
usualmente ve en los quioscos, con todo y
letrerito), pero la Comisión también regula su
comercio, y para estas especies hay normas y
formularios internacionales (aceptados por
Guatemala) conocidos como Cites, siglas para
The Convention on International Trade in
Endangered Species of Wild Fauna and Flora
(Convención sobre el Comercio Internacional de
Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres,
www.cites.org).
Martin retoma el desgaste del manto silvestre:
“Antes se encontraban con más facilidad en los
bosques. Pero las masas boscosas primarias
prácticamente han desaparecido. Antes, en la boca
costa se apreciaban franjas vegetales a lo largo
de los ríos; hoy, todo lo que se ve son cultivos
de caña. En Alta Verapaz se han sembrado pinos,
que no permiten el crecimiento de otra cosa que no
sea ese árbol. En la Asociación hemos visto
desaparecer varias especies”.
Aunque reconoce que los cambios del clima
inciden, su principal preocupación —como la de
Archila— es la desaparición del bosque: avance de
la frontera agrícola, explotación no sostenible
con fines comerciales, y el uso de los árboles
como material de combustión. Todo contribuye a la
desaparición de las orquídeas. Al hablar de esta
realidad en la unidad de Vida Silvestre del Conap,
saltan datos como las 73 mil 148 hectáreas que
anualmente Guatemala pierde de sus bosques, por
causas relacionadas con la actividad del hombre
(Perfil Ambiental de Guatemala 2006. IARNA-URL,
perfilambiental.org.gt/2006).
O parte del contenido del Segundo Informe
Nacional sobre el estado de los Recursos
Fitogenéticos de Guatemala (publicado en 2008 por
la Organización de las Naciones Unidas para la
Agricultura y la Alimentación, FAO; y el
Ministerio de Agricultura, Ganadería y
Alimentación) que indica que —según el Herbario
BIGU de la Escuela de Biología de la Universidad
de San Carlos— que en el país hay 384 familias,
con 2,324 géneros y 9,994 especies. De ellas, se
considera que 823 especies son endémicas
nacionales y/o regionales, y que 1,105 están en la
lista roja nacional (la cual se puede descargar de
www.conap.gob.gt), como amenazadas y/o en
peligro de extinción y 166 están en el apéndice de
Cites que a escala mundial pondera a las especies,
de acuerdo con el peligro que representa el
comercio ilícito.
El aporte de los investigadores Michael y
Margaret Dix cierra el cúmulo de datos que
preocupan a los orquideólogos. Los Dix reportaban
para 2006 un total de 770 especies de orquídeas
documentadas; la familia Orchidaceae
representa el 10% de la flora vascular del país,
la mayor riqueza de epífitas (plantas que crecen
sobre troncos y ramas de árboles). “Las orquídeas
están severamente amenazadas y solamente el 33% de
las especies endémicas se encuentra bajo alguna
protección in situ. Las bromelias, con 17 géneros
y 148 especies, representan aproximadamente el 2%
de las especies de flora vascular”, puntualizaban
en 2006 los investigadores.
Pero no todo el panorama es desolador. Aunque
pocos, hay proyectos de investigación, sitios para
conservación y áreas protegidas. El potencial
comercial de las orquídeas también robustece las
normas legales, y la pasión de los aficionados a
cultivarlas mantiene vivo el interés por
preservar a estas plantas.